Un relato del Congreso Internacional “Actualidad del grupo operativo”
(Madrid, Febrero de 2006)
Emilia Napolitano
El primer día del encuentro: El Reencuentro
Un día antes del inicio oficial, para hacer una suerte de apertura, se organiza un acto precongresual en un lugar distinto de aquel donde se desarrollarían las actividades del congreso propiamente tal. Llego un poco tarde, por lo que me demoro en comprender de qué están hablando los expositores, entre los cuales distingo rápidamente a Foladori. Poco a poco, creo comprender que van problematizando el proceso de construcción de subjetividad en la actualidad; necesariamente ponen sobre la mesa el debate en torno a la psicología social, a la necesidad de explicitar, críticamente, el modo en que se vinculan las personas y, particularmente, las relaciones que se establecen en un mundo globalizado, donde el neoliberalismo se presenta como modelo hegemónico. Los expositores que al principio son anónimos para mí van siendo nombrados, y van tiñéndose de una serie de pertenencias institucionales que nos permiten a todos orientarnos. Son todos hombres, de mediana edad, vienen de Cuba, de Argentina, de España, de Italia y de Chile, y son todos miembros del Comité Internacional que colabora en la organización del congreso. Cada uno de ellos, como muchos de quienes están sentados en la audiencia, tiene un largo recorrido en su país y en otros donde los ha llevado el viento o el exilio. Van interviniendo, en este mismo orden, Manuel Calviño, Gregorio Kazi, Leonardo Montecchi y Horacio Foladori. Empiezo a mirar a mi alrededor y a darme cuenta de que hay poca gente joven, y es muy probable de hecho que yo sea la persona más joven de los presentes. Registro esto último porque finalmente será algo que irá definiendo mi mirada respecto de este encuentro, el lugar desde el cual voy a ponerme a hablar de lo que vi y de lo que viví.
Vuelvo a lo que sucede adelante y Foladori habla de Chile, como alguien que está con un pie afuera y un pie adentro, que logra tener esa distancia del que viene de afuera a quedarse, como cuando uno llega a intervenir en una institución, tal vez. Describe nuestro país como un exitoso lugar de experimentación para el capitalismo y las prácticas del modelo neoliberal. Como chilena y como el sujeto que soy, es extraño escuchar todo esto al otro lado del mundo; por momentos parece dramático, y de la vergüenza al ridículo, hasta que las risas de la audiencia lo llevan a lo francamente tragicómico. Lo que los hace reír es el concepto de “ley del chorreo”, esa mentira que muchos creen de que si los ricos ganan mucho más, algo más les va a tocar a los pobres. Cuando Foladori habla de los programas sociales donde tenemos que insertarnos los psicólogos, mi grado de identificación me va involucrando de sobremanera en la exposición, y recuerdo los seminarios y los talleres en la escuela, nuestras quejas, nuestras demandas, nuestro sufrimiento cuando creemos trabajar. Y esto se enlaza con lo que esboza Foladori respecto del burn-out, que es el tema que tratará en el congreso, y este acto de apertura termina así: “cuídense ustedes como puedan”.
La gente comienza a ponerse de pie, a acercarse a saludar a los expositores y este auditorio frío, en medio del invierno de Madrid, se comienza a iluminar, a llenar de calor; se escuchan exclamaciones de personas que no se han visto en años, nombres pronunciados con nostalgia. Me sorprendo de que muchos de los silenciosos auditores se conocen entre ellos y ahora hacen ruido, se presentan unos a otros, en español, en italiano, en francés. Me siento un poco ajena al reencuentro, estoy sola; como una niña escondida entre la gente hago mis observaciones, pero pronto me siento indiscreta, así es que decido irme y esperar hasta el día siguiente.
El primer día del congreso: La Partida
El congreso empieza de manera intensa; la conferencia inaugural, “Sobre la actualidad del Grupo Operativo” es realizada por Armando Bauleo. Es emocionante su presencia cuando sólo se han leído sus textos en una ciudad a este lado de la Cordillera, aunque una gran parte de la audiencia lo ha conocido en Argentina, en España o en Italia. Pero para muchos de nosotros, y especialmente para los más jóvenes o los más nuevos en esta área, significa un contacto mucho más directo, un vínculo nuevo con la teoría, encarnado en este personaje, al que Foladori llamaba el gordo Bauleo, con cariño, cuando no lográbamos ordenar lo que leíamos en los seminarios y la risa nos podía sacar de la confusión. Frente a Bauleo recuerdo a mis compañeros, quisiera que estuvieran aquí también, pero me concentro en cautivar todas las impresiones posibles para poder transmitirlas a mi regreso. El gordo es simpático, lleno de sentido del humor, generoso con su conocimiento, un nómada que ha estado en España, en Italia, en Suiza, pero argentino en las venas, conserva su acento y es canchero como nuestros hermanos transandinos.
En su introducción habla del pensamiento de Pichon-Rivière y define como ejes del encuentro la pregunta por las condiciones actuales del grupo operativo y la pregunta por la operatividad de los grupos. También en este punto resulta interesante escuchar hablar de Pichon a alguien que fue su discípulo directo, como Rosa Jaitin o Carlos Fumagalli, que harán sus intervenciones posteriormente en el congreso. Circulan anécdotas que sólo la tradición oral podrá rescatar, frases que una vez dijo el maestro, miedos que lograba confesar. Todo esto vuelve la teoría más viva, permite entender de dónde surgen las inquietudes grupales de Pichon y de qué forma va estableciendo la concepción operativa de grupo.
Todos los participantes de este encuentro representan instituciones y grupos ligados a estas concepciones, y al reunirse en Madrid van poco a poco formando un nuevo grupo, con una horizontalidad y una verticalidad, con elementos que no se explicitan. Es particularmente llamativa la traducción simultánea, español, italiano y francés; se hacen chistes respecto de este congreso medio raro, donde no hay representantes anglosajones y se ha escogido un barrio de inmigrantes en proceso de recreación. Hay algo de marginal en estas opciones, un aseverar que no se está en el lugar de las hegemonías pero que tampoco se está dispuesto a desaparecer. En uno de los recesos, mi propia marginalidad se me vuelve a hacer evidente cuando se me acerca el único sueco presente en el congreso, una especie de náufrago que pretende volver a su tierra a contar esta experiencia de la que nadie ha oído hablar. Tal vez por todo esto se ha vuelto necesario el reencuentro y el encuentro con las nuevas generaciones, estar juntos en algún lugar para manifestar que se existe y que se está trabajando con esta concepción operativa de grupo.
El tema de la primera mesa redonda es de hecho el aprendizaje y el modelo didáctico en la enseñanza y en la formación. Entonces nos preguntamos cómo se aprende y cómo se enseña lo grupal, y si hay algo claro es que se hace grupalmente. En esta mesa interviene Rosa Jaitin a propósito de la transmisión transgeneracional del ECRO en Francia, donde ella ha trabajado con René Kaës. Es interesante cómo ella plantea que lo que se transmite de una generación a otra es lo que falta, lo que falla, lo que no se puede decir, en función de la elaboración que cada generación haya podido hacer de su historia. Me parece interesante porque algo así es lo que se pone en juego en este mismo congreso, donde me siento implicada a partir de mi pertenencia generacional. Muchas de las cosas que se dicen se aplican perfectamente al mismo encuentro donde se producen; esto es lo que queda todavía sin analizar y lo que me empuja a escribir un poco más. Teniendo en mente la integración del pensar, del sentir y del actuar de la que hablaba Pichon, creo que las emociones que se pusieron en juego en el congreso no fueron algo accesorio; por el contrario, lo afectivo atravesó todo lo que se pensó y lo que se hizo, así como también lo atravesaron las implicaciones institucionales y los vínculos con la estructura social.
Cada jornada del congreso es sumamente larga y cuando empiezan las mesas simultáneas, el asunto se parece más a una maratón que a otra cosa. Pero en medio de la vorágine, se presentan muchas experiencias interesantes, con adolescentes, con mujeres maltratadas, con víctimas de atentados terroristas y con cuanto grupo sufriente se pueda imaginar. También existen instancias de talleres, donde la exposición cede lugar a la palabra de los grupos y el congreso apunta a una metodología más coherente con la concepción grupal de la que se trata. Esta es una crítica importante al modo en que se desarrolla todo el encuentro, y se repite en diversos espacios y de diferentes maneras.
Al final de esta primera jornada, el taller de Jaitin sobre la posibilidad de poner a dialogar a Kaës con Pichon, a pesar del cansancio, se llena de gente interesada en participar. La sala es pequeña y hay que acomodarse; la disposición en circo romano habría sido la ideal pero lo que se arma es un híbrido entre una clase magistral y el círculo del grupo. Rosa Jaitin presenta aspectos puntuales pero centrales del pensamiento de ambos autores; compara por ejemplo la noción pichoniana de portavoz con la de portapalabra de Kaës y de Anzieu. Sin embargo, es evidente que el tema da para mucho más tiempo que con el que se cuenta, por lo que la velocidad de las ideas marea un poco y la aglomeración termina por ahogar a los asistentes que salen muertos de calor. Esto de ninguna manera opaca la calidad de la discusión, pues la complejidad de ambos pensadores se pone aún más en evidencia cuando se los pone en diálogo. No quisiera dejar de aludir a Jaitin también como un personaje, capaz de mantener a la audiencia concentrada en estas condiciones; aparece como una de las pocas voces femeninas que se hacen escuchar en el congreso, y se nota cómo pesa su experiencia y el abundante manejo teórico que tiene. Este primer día termina así, y se escuchan en los pasillos suspiros de agotamiento, frases que resumen emociones profundas, ruido de ideas que buscan un lugar.
El segundo día: A Todo Pulmón
La primera mesa redonda trata de formación y transmisión; acá lo interesante, además de los temas que se han abordado también el día anterior, son los expositores, que dan cuenta de un abanico cada vez más amplio de experiencias y posibilidades dentro del ámbito de la grupalidad. Aparecen más mujeres exponiendo sus ideas y sus trabajos, Margarita Baz de México habla de la formación como experiencia colectiva, Lola Lorenzo de España de aprender a pensar. Se oyen también otras voces, Thomas Von Salis de Suiza expone en francés. En la mesa de grupos e instituciones, Loredana Boscolo da cuenta de una experiencia llevada a cabo en un servicio de salud italiano, en que se construye un equipo para trabajar las demandas en torno a los discapacitados. Horacio Foladori presenta una crítica a la concepción psicologicista del burn-out, y plantea este síndrome como un fenómeno colectivo, que se debe a ciertas condiciones institucionales en que las personas ven coartada su creatividad y su libertad en una institucionalidad ambigua, autoritaria y rutinaria. Esboza un dispositivo llamado de esclarecimiento, como espacio para simbolizar y explicitar, en una exposición acelerada por las exigencias de tiempos que hay que respetar. Efectivamente, son muchos los expositores y las mesas de trabajo, por momentos esto roza la voracidad de querer incluirlo todo en un espacio cuyos límites no dan abasto. Empiezan nuevamente las mesas simultáneas, imposible estar en todas partes, por cierto. Vuelve a llamarme la atención un dispositivo creado para trabajar con sobrevivientes de ataques terroristas en Israel, “El tren”, donde se aplica creativamente la concepción operativa de grupo en un contexto dramático. Subirse al tren es entrar al grupo, hablar con los demás pasajeros durante una cierta cantidad de estaciones, mientras hay gente que se sube y que se baja, constantemente.
Más tarde, Alberto Eiguer, director de la publicación francesa “El diván familiar”, habla de la concepción vincular ante las transformaciones de la familia contemporánea, pero sobretodo cuestiona la dominación como algo necesario para preservar los vínculos humanos. Sin embargo, las familias contemporáneas están atravesadas por el problema de la dominación y el sometimiento. Al final de la jornada, el taller de Carlos Fumagalli suscita el interés de buena parte de la audiencia, que se reúne a pesar de las largas horas de trabajo en el cuerpo a escucharlo hablar de la tarea grupal y la teoría de la enfermedad única de Pichon-Rivière.
A partir del concepto de tarea, Fumagalli va hilando una serie de ideas en relación al trabajo psíquico que la tarea implica para el grupo, tomando elementos de la teoría de Bion y de la de Pichon-Rivière. Plantea que la resistencia al cambio se expresa muchas veces en una realización de la tarea “como si”, donde el pensar, el sentir y el actuar aparecen disociados. Ya es tarde y me da la impresión de que no soy la única que está cansada y a quien le cuesta seguir el hilo; me pregunto cuánto de este cansancio tiene que ver con estas mismas disociaciones en los participantes del congreso. La teoría de la enfermedad única finalmente queda como en el aire, sin desarrollarse; sólo se esboza que el conflicto pone en marcha mecanismos de defensa frente a un único núcleo que se configura alrededor de la pérdida. Tal vez el cansancio responde más bien al hecho de que se acerca el final y nos empezamos a deprimir.
El último día: La Asamblea General
La última jornada se inicia con una mesa redonda sobre análisis grupal, institucional y comunitario; el título es un poco ambicioso. Uno de los expositores, Javier Segura, se pregunta si es posible hablar de la concepción operativa de grupo sin que existan grupos concretos coordinados según el dispositivo de grupo operativo. Un buen ejemplo está dado por el espacio de la salud pública, donde la concepción de los ámbitos de Bleger resulta sumamente útil para pensar las poblaciones virtuales a las que se debe atender, tomando en cuenta las dinámicas institucionales y las jerarquías organizacionales. Es posible que la concepción operativa de grupos pueda aplicarse sin práctica grupal, pero en la formación o en la conformación de equipos sí se trabaja con un encuadre grupal más o menos estricto. Mara Fuentes, desde otra mirada, coincide en que los grupos no son lo grupal, y en que la comprensión de la grupalidad permite abordajes que van más allá de la práctica con cada grupo concreto.
Mientras avanza la mañana, Massimo Mari relata una experiencia con voluntarios que trabajaron en Camerino, Italia, después de un terremoto de gran escala en 1997. Además de la vivacidad y de la emoción con que Mari transmite esta experiencia, resulta muy interesante la metáfora que plantea respecto del ámbito comunitario. A partir de esta situación crítica que la comunidad debe enfrentar, de este brutal movimiento de la tierra, lo comunitario se puede ligar a la gravedad, a aquello que nos ancla a la tierra y que se cristaliza en cada subjetividad. Desastres supuestamente naturales como los terremotos u otros desastres claramente sociales y políticos también constituyen ejemplos de fenómenos que pueden entenderse a partir de la aplicación de la concepción operativa de grupo a un ámbito comunitario. De hecho, el modelo de Bleger, su énfasis en la psicohigiene y en los aspectos preventivos representa justamente una aplicación de este tipo, en tanto la concepción operativa es una forma de entender la realidad social.
La última mesa del congreso trata de clínica grupal y es coordinada por Bauleo, quien se refiere a la dificultad de definir este término, que puede abarcar desde la psicoterapia grupal hasta la comprensión de un diagnóstico en el grupo. Me quedo con la exposición del andaluz Diego Vico, sobre el trabajo grupal con pacientes diagnosticados como psicóticos, donde se trasluce en cada momento la profundidad del vínculo que se establece en el grupo. Está la idea de aprender de los pacientes y de preguntarse de vez en cuando “¿por qué será que no me dejo enseñar?”; Vico también plantea la necesidad de escuchar la musicalidad del grupo como un todo y luego ayudar a ponerle la letra, haciéndose siempre nuevas y viejas preguntas. Y así se irían observando las primeras transformaciones y los sujetos podrían acercarse a ser auténticos gestores de su salud. Cuando se inicia la Asamblea General con la que se cierra el congreso, hay un ambiente cada vez más esperanzado con relación a la posibilidad de producir transformaciones en la realidad social y en las subjetividades.
De golpe, cuando debe empezar la Asamblea, una de las expositoras de la mesa anterior se desmaya sobre el estrado. Esto genera un ambiente sumamente angustioso que se mezcla con las angustias que aparecen con el cierre del congreso. Si bien se intenta dar curso a las actividades según lo planificado, este episodio tiñe inevitablemente el clima de la Asamblea. Armando Bauleo le pide a la audiencia que intente centrarse en la tarea de evaluar el encuentro, y propicia tal vez que se reprima lo que acaba de suceder. El desmayo, sin embargo, podría ser analizado como un síntoma que da cuenta de la dinámica del congreso. Es como el colapso que alguien tenía que sufrir después de esta carrera de afectos e ideas, precisamente en la línea de llegada, una Asamblea digna de Lourau.
Pero Bauleo pide continuar; hace una devolución a partir de un relato de cada uno de los coordinadores de las mesas redondas. La gran mayoría concuerda en que el encuadre del congreso fue demasiado formal y que no siempre fue concordante con la concepción de lo grupal de la que se trataba. También se repite en estos relatos la apreciación de que había poco tiempo, y cabe preguntarse cómo se emplea el tiempo del que se dispone. De cualquier manera, Bauleo cita a Foucault y dice que se aceptan los errores, pero no sus justificaciones. Si la metodología y la forma de pensar el congreso no lograron integrar los conocimientos que se compartirían en el curso de este encuentro, se trata de un planteamiento errado que hay que explicitar y no encubrir. Con esta reflexión podemos pensar en aquello que no sería deseable repetir cuando se produzca un próximo encuentro.
También se habla de la posibilidad de que las concepciones se dogmaticen, y se va abriendo el camino para el cuestionamiento. Entonces, la palabra es cedida a los participantes del congreso, que desde sus asientos piden el micrófono y dan curso a un entrelazado de discursos en sus distintos idiomas, como en la Torre de Babel. Todos están ansiosos por expresarse, por momentos yo también deseo tomarme la palabra y fantaseo con lo que quisiera decir. Que vengo de lejos, que en Chile hay varios más como yo empezando a interesarse por estos temas, que me siento pequeña y con mucho por aprender, pero que creo que mi perspectiva de todo lo que ha pasado en el congreso puede mostrar cosas que no se ven. Por ejemplo, que no fueron muchos los espacios que las nuevas generaciones pudieron encontrar para intervenir desde su propia subjetividad. Pero prefiero dejarle la palabra a los mayores, que parecen más ansiosos por hablar y que tienen mucho que decir, en medio de este clima cargado de angustia por la inminente separación. Pronto podré hablar como uno de los sobrinos del Pato Donald, cuando regrese y les cuente a mis compañeros lo que pasó, desde mi lugar de sobrina menor.
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